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Intervención en las XI Jornadas de la Sección de psicoanálisis de la A.E.N. Febrero 2011

La atención a mujeres víctimas de violencia de género: de la omnipotencia a la impotencia y la imputación

 Lydia Gómez Valverde

Con esta intervención quisiera instigar alguna pregunta y diálogo en relación a qué hacemos los psicoanalistas en las instituciones públicas. ¿Se puede decir que ahí producimos actos analíticos o no? Mi apuesta es que sí.

La negación de la división subjetiva, incluso la que bien podríamos llamar forclusión de las diferencias en cuanto a la modalidad de goce de los sujetos, la homogeneidad de los goces, por tanto, que impone el discurso del amo actual están generando un sufrimiento extremo que da lugar a nuevas presentaciones sintomáticas, acordes con la subjetividad de esta época totalitaria en la que vivimos. Pero precisamente su desgaste, por la impotencia a que se aboca a la hora de enfrentar sus propios efectos, permite esperar la emergencia de una pregunta, sobre todo a partir del momento en que ocurre que el sujeto es escuchado.

Voy a tratar de guiarme contando con estos elementos: 1) ¿De qué hablamos cuando hablamos de la subjetividad de esta época? 2) Cómo conduce a la segregación y 3) cómo a partir de ahí el psicoanalista puede hacer valer el dispositivo de la escucha, el dispositivo del poder discrecional del oyente, para retrotraer a la superficie la existencia de un sujeto único, sí, pero único en su singularidad, en su diferencia radical, no único en el sentido en que se habla por ejemplo del pensamiento único.

En Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis[1], Lacan nos exhorta a los psicoanalistas y nos dice:
Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues, ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?

En el Seminario 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica[2], define con una claridad precursora de la noción de discurso como lazo social, a qué se refiere por subjetividad. Hace una apelación a Freud, como no podría ser de otra manera, y nos plantea:
Les enseño que Freud descubrió en el hombre el peso y el eje de una subjetividad que supera a la organización individual en tanto que suma de las experiencias individuales, e incluso en tanto que línea del desarrollo individual. Les doy una definición posible de la subjetividad, formulándola como sistema organizado de símbolos, que aspiran a abarcar la totalidad de una experiencia, animarla y darle su sentido.

El interés de situarnos en la subjetividad de nuestra época, de no perderla de vista, tiene que ver con que los significantes que circulan en este momento son claves en la constitución de las formaciones sintomáticas —porque la estructura es sincrónica, es estructura, pero la manifestación de los síntomas tiene que ver con aquello de lo que el inconsciente se nutre, es decir, con los significantes que están en el entorno, en el lazo social del momento y eso nos lleva a la diacronía, a la historia- y si no podemos identificar esos significantes difícilmente estaremos en condiciones de escuchar, pues se constituyen en invisibles evidencias[3], se encarnan de tal modo que resultan inaudibles e invisibles. Desde los esquemas ópticos que nos legó Lacan, sabemos que el sujeto está en condiciones de ver tan sólo lo delimitado por el Otro.

Puesto que el tema concreto al que me voy a referir tiene que ver con la violencia de género y los malestares que en su abordaje están insistiendo por hacerse oír,  no está de más recordar que Freud planteaba que lo masculino y lo femenino son construcciones teóricas de contenido incierto y lo sostuvo hasta el final de sus días. En el aparato psíquico no hay saber sobre el sexo, no hay representación de los masculino o lo femenino y por ello el sujeto se las arregla con equivalentes (activo- pasivo, ver-ser visto, penetrar-ser penetrado), con semblantes. Estos sí son históricos y por ello cambiantes. Esto puede servirnos para pensar cómo se entiende y aborda la violencia de género actualmente y por qué la queja, la insatisfacción y la petición de una respuesta que sea total circulan como efecto entre  los distintos implicados.

¿En qué consiste, cuáles son los rasgos distintivos de la subjetividad de esta época  que nos toca vivir?

Esta época está claramente marcada por el Discurso Capitalista y Globalizado, en cuyo corazón anida el rechazo de la imposibilidad, la recusación de lo real y, por tanto, el rechazo de la verdad. Es decir, está marcada por la recusación de aquello que no cesaremos de intentar cercar pero que escapará y seguirá alentando la posibilidad de una historia singular en un sujeto deseante. Impera una aspiración totalitaria que niega la castración (quizá sería más oportuno decir que la forcluye) inherente a los seres de sentido. En palabras de Jorge Alemán[4]:
La época de la Técnica, mejor definida en su alcance real por Lacan, como Discurso Capitalista, es un rechazo de la imposibilidad. Donde se expulsa la imposibilidad rige la relación Uno:Todo, sin ninguna posibilidad de descompletamiento. En otros términos, la Voluntad, se desencadena en el mundo sin nada que la limite, sin nada que la divida en su verdad.

Por su parte, Emmanuel Levinas en Difícil libertad[5] plantea que
Todo totalitarismo político reposa en un totalitarismo ontológico. Y continúa, El ser sería un todo. Ser en el que nada acaba y en el que nada comienza. Nada se opone a él y nadie lo juzga. Neutro, anónimo, universo impersonal, universo sin lenguaje […] en este mundo sin palabra se reconoce el Occidente entero.

En la aspiración totalitaria estaría una de las claves fundamentales de la subjetividad contemporánea. Y a esta exigencia totalitaria le corresponde una pretensión de respuesta general. Y, como muy bien apuntaba Javier Frère en las reuniones de preparación de esta mesa: General, que no universal, porque hay una universalidad que se juega en la serie de las singularidades que se manifiestan de manera diferente dependiendo de a quién se dirijan, que no es la generalización. Cada manifestación de lo singular es una expresión de algo universal. El lugar del analista tiene que ver con la posibilidad, en medio de todas las dificultades, de recoger esa singularidad. De que haya a quien contarle lo propio, lo singular, lo que hace a la historia de un sujeto y que lo hace personal e intransferible.

Lo Total y la segregación

Este afán totalitario, esta búsqueda de la verdad como si la verdad pudiera coincidir con el saber, un saber que fuera absoluto, tiene un efecto muy importante: la segregación. Totalitarismo y segregación van de la mano. Se segrega, niega, margina o exilia la singularidad, la otredad, la particularidad de los goces, la historia de los sujetos, porque esta diversidad cuestiona el Todo, el Uno. Pero entonces segregar es también un intento de dar fundamento a lo Uno y exorcizar el horror a la castración. Lacan nos dice:
Sólo conozco un origen de la fraternidad…. Es la segregación. […] Simplemente, en la sociedad todo lo que existe se basa en la segregación y la fraternidad lo primero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto[6].

La aspiración totalitaria actúa además transformando la diferencia radical en desigualdad. Dentro de la ilusoria fraternidad de lo mismo, la diferencia queda reducida a desigualdad. La desigualdad implica un gradiente, sí, pero dentro de una común medida. Así, se tratará de más o menos pero de lo mismo, aunque el más y el menos supongan, evidentemente, una perspectiva de juicio evaluador. Tornar la diferencia radical en desigualdad implica algo esencial a este modo de lazo social: se transforma la castración en fallo o carencia, en algo subsanable, por lo menos en teoría. El poder queda legitimado de este modo para salvar a los sujetos/otros incluso de sí mismos. Resuenan los ecos de conquista y evangelización, de masacres y muerte.

Jorge Yunis:
El segregar entonces, tiene como condición de posibilidad la pretensión de renunciar a incluirse en el incierto mundo del lenguaje y retrotraerse a significaciones plenas de sentido. Segregar es así, ya de antemano, el acto de coagular una significación, fijarla y hacerla unívoca: y desde ella darle sentido a todo lo otro. Y cuando se cree tener la clave, cuando se sabe, cuando se posee el código que habilita a interpretarlo todo desde lo así poseído, allí, justo allí, comienza el trabajo de la segregación.[7]

En realidad, esta segregación apunta al exterminio del otro. El exterminio del otro en tanto que tiene otro modo de gozar, otro modo de vincularse con el mundo. La segregación va dirigida hacia lo semejante, en lo que lo semejante tiene de diferente[8]. No hay nada que se segregue con más odio –y el odio, el rechazo, son vehículo de la segregación aunque se hable de limpieza moral-, no hay nada que sostenga más el impulso a la segregación que encontrar esa diferencia en un semejante. Porque de una o de otra manera ese modo de gozar otro interpela, cuestiona e interroga el propio y singular modo de gozar.

Si la segregación va dirigida a lo semejante en lo que tiene de diferente es porque se trata de un producto de lo común —de defender lo que se espera como común, como para todos-, frente a lo no-como-uno, a lo otro, al otro, a lo otro en el otro. Constituye una defensa masiva y cruel de una ilusión de identidad compartida, que apoya el espejismo de vínculo y aún la propia identidad en lo normal.

Según Hannah Arendt,
El origen de los totalitarismos no debe buscarse tanto en la predilección por la guerra, en el belicismo, cuanto en la apelación ritual a un nosotros imaginario que se encuentra siempre en peligro por causa de amenazas imaginarias. Es decir, la esencia del totalitarismo está en un fetiche social que se levanta contra esos otros que agresivamente se sitúan del lado de allá de la línea que circunscribe la ciudad. A esos otros se les fuerza a la asimilación con el nosotros o simplemente se les elimina[9].  Y también nos apunta que el fin del totalitarismo es la transformación de la naturaleza humana, la conversión de los seres humanos en haces de reacción intercambiables.

Por todo esto, por esta aspiración a la totalidad, a la completud; por este no querer saber nada de eso que sin embargo nos anima y nos hace sujetos deseantes y diferentes uno por uno que es la falta, la falla, la castración (eso de real que se sostiene por más que lo simbolicemos y que sigue interpelándonos e interrogándonos); por ese exilio de lo diferente, en muchas ocasiones, hoy por hoy, el síntoma aparece como efecto de lo inasimilable de un resto para el discurso social. Porque el resto no tendría que estar en un sistema totalitario. En un sistema totalitario todo tiene que cuadrar.

En relación a esto, Lacan en el Seminario XX, Aún, nos habla de un goce: Las viejas palabras, las que ya sirven, hay que pensar para qué sirven […] Se sabe para qué sirven: para que haya el goce que falta. Sólo que el goce que falta debe traducirse, el goce que hace falta que no haya[10]. Ese goce pleno, sin restos, por faltar, por no haberlo más que contingentemente y fuera de la palabra, sostiene el deseo y el discurso. La ilusión de totalidad posible, por el contrario, nos des-subjetiviza.

Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos por exiliarlo, el resto hace acto de aparición. No puede no hacerlo. Y las aguas se agitan prestas a tratar de disolverlo. Y se presenta de mil maneras: lo que falta y no puede ser que falte, lo que no debería faltar, lo que debería poder ser suplido caso de que falte, o  lo que no tendría que hacerse presente, lo que no tendría que estar. El resto, ya sabemos, es más presencia que ausencia, pero presencia también que hace emerger la ausencia.

Así, la diferencia en el otro semejante hace de éste un sujeto que se resiste a ser asimilado y anonadado y por ello es objeto de desprecio, persecución y odio, o de paternalista sometimiento, cuidado y adoctrinamiento. Asimilación o exterminio. En definitiva, desaparición.

La subjetividad actual parece una exaltación de la posición masculina frente al goce. El “Vx” (para todo x) como posible[11]: Todo es posible para todos.

Otra consecuencia que se desprende de esta aspiración totalitaria es la protocolización, únicamente aplicable a individuos pertenecientes a un colectivo uniforme.

Pero es la presencia de este resto que no deja de latir insistentemente lo que, más allá de los protocolos, un/a psicoanalista está en condiciones de recoger y cuidar para que el sujeto pueda dar forma a su historia y determinaciones y, con ello, al devenir de un trayecto propio. 

De protocolos, perfiles, quejas e imputaciones frente a los restos a la posibilidad de escuchar

Nos encontramos en la era de la protocolización. Las disciplinas mal llamadas o mal reunidas como sociales, trabajo social, el ámbito jurídico, medicina, psicología, se han visto afectadas por ese empuje de la ciencia a la evaluación, la normativización, la cuantificación, como signos de una intervención de calidad que lleva a la construcción y ejecución de protocolos.

Una mujer fue al hospital para obtener un diagnóstico, fue diagnosticada y comentaba: ¿Sabe lo que más me impresionó? Que me dijeron que se había seguido un protocolo de un hospital de Estados Unidos, que hacía que yo pudiera estar aquí y ser tratada como en el mejor centro de especialidades contra el cáncer. ¡Globalización!

El “para todo X”, “para todos, todo”, el “para todos” además como posible, es una gran campaña de marketing que se hace para vender una igualdad que, como decía Arendt, no pretende otra cosa que transformarnos en haces de reacción intercambiables, desubjetivizándonos. Por eso la afirmación de que asistimos a una exaltación de la posición masculina frente al goce: Vx Φx. Para todo x, si es x entonces está sometido a la castración. Sí, pero se trata de un universal. Un universal que constituye lo posible y para el cual lo diferente es excepción que delimita el campo de la imaginaria ciudad. Lo diferente queda extramuros o insidiosamente infiltrado y, por ello, habrá que ponerlo en su lugar.

Precisamente por esto, la posición femenina frente al goce se instituye como algo a perseguir y exterminar. Persecución y exterminio que tienen asimismo la cara del integrar, sumar, asimilar, desbastar su singularidad. ¿Devastar?, ¿estragar?... 

Porque esta posición se establece en sí misma como una objeción tanto a lo universal homogéneo del goce como a la idea de totalidad. Testimonia de la presencia del resto inasimilable y apunta a un más allá: no todo es dialéctica fálica. No niega lo posible ni lo universalizable pero, en esa apuesta por el más allá, los cuestiona. Simplemente. Y este matiz es importante porque la crítica al Amo, lo perfecciona. La crítica directa al discurso capitalista lo corrige, lo corrobora y de alguna forma lo legitima. Es en ese sentido que la objeción al Todo, a la universalidad y homogeneidad de los goces, se postula como un verdadero cuestionamiento que no nutre al discurso capitalista. 

Un paréntesis, hablo de posición femenina y de posición masculina, no de hombres y mujeres. Aunque estaría bien poder debatir en otra oportunidad si la posición masculina frente al goce no prevalece más comúnmente en los varones que en las mujeres.

La aspiración totalitaria pone en juego, como muy bien describió Foucault en La voluntad de saber[12], lo que él denomina Tecnologías del Sexo: dispositivos que el poder de la cultura hegemónica  organiza para su apoderamiento de los cuerpos. Describe ahí toda una serie de prácticas discursivas consistentes en describir, prescribir y prohibir y que, con ello, parecerían agotar todas las posibilidades de manifestación humana.

Frente a la ilusión de totalidad vendida y comprada, frente a tanta descripción, prescripción y proscripción, se hacen presentes restos que no encajan y nuevas formaciones sintomáticas, esto es, singularidades. Y, ante ellas y en ellas,  proliferan la amarga frustración, la impotencia, la queja y la circulación de la culpa. Todas ellas coartadas frente a la pregunta por la causa. Coartadas, desvíos engaños, que en definitiva tratan de evitar esa pregunta. De la omnipotencia a la impotencia, no tiene otro curso este discurso.

¿Qué es lo que se pretende en la atención a mujeres víctimas de violencia de género a día de hoy? Se trata de ayudarlas, curarlas y/o reeducarlas (se utiliza también el término rehabilitación). Es decir, llevado al extremo, se trata de exterminarlas, de asimilarlas integrándolas a la razón universal. Se trata de enseñarlas qué es lo que actualmente, siglo XXI, ha de ser una mujer. Qué formación, qué información, qué capacidad, que libertad de decisión ha de tener y cómo operar. 

Se trata de curarlas, decíamos, porque están afectadas de algo que el discurso del amo ha de erradicar: que no debería estar ahí, que no tendría que producirse. Todo aquello que aparece emergiendo de lo real, el discurso del amo lo califica de error, fallo o enfermedad a subsanar. Y alguien ha de ser culpable o responsable de detectar y curar esa patología. Estamos en la cultura de Crimen y castigo donde dolor y culpa están indisolublemente ligados en un vínculo cuasi causa-efecto. Se trata de curar. Y se empieza a hablar de las mujeres víctimas de violencia de género como de “esas otras”, de lo que les pasa a las otras, a ésas que no son como debieran. Y ahí comienza la segregación y el exterminio.

Por ahora la secuencia es: de la omnipotencia a su fracaso, que se trata de negar a través de la segregación que diferencia entre “lo normal” y “lo otro”; de la segregación al exterminio violento o paternalista y del exterminio imposible a la impotencia que aparece como imputación.

¿Y si no se curan de acuerdo lo pautado?, ¿y si retornan con el agresor? -y estoy usando terminología propia del medio- ¿y si —pongamos por caso- en realidad no quieren trabajar la relación de pareja y la biografía personal que tiene que ver con la agresión y están más preocupadas en lo inmediato por su situación económica?... Si no se las puede integrar a la razón universal, si repiten, se las acusa, son imputadas de no querer recuperarse, de no colaborar, de manipular, de mala voluntad.

Armando Ingala nos recordaba que noxa es daño, es cualquier agente que el organismo no reconoce como propio; grafía es escritura. La noxa se inscribe, se escribe, está escrita. Por eso puede ser leída. Parece que la memoria le debe al daño su existencia. Recordemos que la concepción de la memoria en psicoanálisis comprende huella mnémica, escritura, huella de la memoria, reservorio de lo memorable de la historia del sujeto y olvido de la escena y su representación. Huella es entonces memoria, recuerdo sin representación y olvido, ambos determinan la repetición: Freud decía que en la neurosis la repetición revela la imposibilidad de recordar. Allí entra la interpretación o la construcción[13]

En lugar de escuchar en la acogida del profesional el sentido por venir de la repetición de sus actos o de la insistencia de sus demandas, las mujeres encuentran reproche y pautas o guía, no el camino de la interpretación y la construcción.

Por otra parte, se habla de proyectos singularizados de intervención educativa (en cada dispositivo y/o recurso, residencial o de atención, reciben diferentes denominaciones). De una u otra manera existe siempre un proyecto de atención singularizado pero que consiste en general en una serie de pasos orientados a la recuperación de la mujer de acuerdo a los cánones actuales. Es decir, se trata de protocolizar su atención anulando su singularidad a través de la elaboración de un perfil. 

Hemos llegado al perfil. ¿Cuál es el perfil de las mujeres víctimas de violencia de género? Gran cuestión en la actualidad –en la que no vamos a entrar- que niega la singularidad colectivizando y que actúa como fundamento para la elaboración de protocolos de intervención. Protocolizando nos olvidamos de que lo serio, como nos dijo Lacan, es lo que hace serie. La serie organiza un campo, pero un campo en el que se trata del uno por uno, discreto, donde cada uno es diferente de todos los demás. 

Este perfil, como lógicamente no alcanza para dar cuenta de las situaciones por las que estas mujeres atraviesan, pero una por una, está cada vez más plagado de características y se va pareciendo poco a poco a los retratos robot que nos muestran en las series americanas construidos por unidades de análisis del comportamiento… criminal. “Estas mujeres son…”. En este punto nos topamos con lo que podría denominarse la inculpación a la propia víctima, la crueldad. Aquí tenemos el comienzo de la crueldad. Se quiere expulsar y rechazar la violencia de lo traumático, que es lo más propio, proyectándola sobre el exterior[14]. La presencia de la singularidad de las mujeres víctimas de violencia de género violenta al sistema que responde con crueldad.

Esto en cuanto a las mujeres, pero ¿y en los que se refiere a las profesionales? Del mismo modo. Quienes trabajan en ese ámbito se ven también imputadas de no responder cómo de ellas se espera. Son acusadas ya sea por las propias mujeres a las que atienden, ya sea por las instituciones de las que dependen. Se ven denunciadas –literal o simbólicamente- y exigidas. Y la queja y el malestar se extienden.

Es importante no perder de vista que lo que tiene que ver con el género, y en concreto con la violencia de género, es un área más en la que el discurso globalizado capitalista actual  ejerce su poder tratando de exterminar a los sujetos. Y es necesario tenerlo en cuenta a la hora de trabajar.

En el caso de la violencia de género, decíamos, la segregación, el espíritu totalitario del pensamiento actual cobra la forma en este momento en las profesionales y en las usuarias de dos manifestaciones quejosas, aunque podríamos citar muchas más.
  • Por parte de las profesionales: Estas mujeres no se adecúan al perfil y no nos son aportados los recursos necesarios (humanos, económicos, técnicos, de espacio, etc.,)
  • Por parte de las usuarias: He sido engañada: no hay respuesta real a mis necesidades.
Subtendiendo ambas quejas —por cierto, ambas fundadas-, la aspiración totalitaria se materializa en el furor de la denuncia,  la amenaza y la reivindicación, modalidades propias de la palabra que proviene de la frustración, punto al que conduce la impotencia de dicha aspiración.

El malestar de las profesionales va cobrando la forma de que estas mujeres no se adecúan al perfil. El perfil termina por actuar como filtro. Así, es frecuente escuchar: esta mujer no se adecúa al perfil y, por tanto, no debería ser atendida o, por lo menos, no en este recurso. Nos encontramos con que se produce una curiosa perversión: son las mujeres las que deberían adecuarse a los recursos y no éstos a su presentación, manifestaciones y necesidades. Así, el perfil se constituye por una parte en el medio de exorcizar la presencia del daño padecido por la víctima, que termina siendo imputada y, por otra parte, aparece como el vehículo que pretende filtrar a las “verdaderas” mujeres maltratadas.

A este respecto y a modo de paréntesis cabe decir que del perfil se pasa al requisito en cuanto a diversos temas. Así, por ejemplo, el énfasis puesto en que las mujeres denuncien ha derivado en que la interposición de una denuncia sea requisito indispensable (en muchas comunidades autónomas) para acceder no sólo a un Centro de Acogida, sino también a las ayudas y recursos dispuestos por las administraciones para las mujeres víctimas de violencia de género. Afortunadamente, y a diferencia de lo que sucedía en el pasado (no muy lejano), las mujeres pueden disponer de una vista rápida (72 horas) en la que se determine una orden de protección y se establezca de modo provisional el uso de la vivienda  a la espera del juicio pertinente. Con ello ciertamente se evitan situaciones de peligro extremo o que la mujer tenga que abandonar con sus hijos su hogar. Pero también en muchas ocasiones se empuja a la mujer a denunciar cuando aún no sabe qué ha pasado ni cómo posicionarse y tampoco ha tenido el tiempo ni la atención necesarios para elaborar una decisión. La denuncia es requisito. De tal modo que mujeres que se acercan a los distintos dispositivos existentes para apoyarlas o terminan alejándose prontamente sin haber podido desplegar su historia en forma de relato, puerta de entrada a la elaboración, o, impulsadas a denunciar, lo hacen y se ven lanzadas a una vorágine para la que no han podido prepararse.

Continuemos con la circulación de la queja a través de un ejemplo. En un Centro de Acogida las profesionales decían: Antes teníamos fundamentalmente mujeres españolas, de una determinada edad (mediana edad), afectadas por los estereotipos de género, que querían salir de la situación en la que estaban, que habían pasado por momentos muy duros y dolorosos y a quienes les había costado mucho dar el paso. Por ello, era importantísima la recuperación emocional. Hoy por hoy, la mayor parte de las mujeres que ingresan en un centro de acogida para mujeres víctimas de violencia de género  son inmigrantes (en Madrid se llega al 75%). Y siguen planteando, ahora la mayor parte de mujeres que acogemos tienen la violencia padecida en un segundo lugar en términos de prioridades. Les preocupa mucho más su situación social –que es una situación de práctica exclusión social. Sin recursos económicos, sin vivienda, sin trabajo y con dificultades para encontrar uno. Con lo cual no cumplen el perfil, porque nosotras estamos aquí para ayudarlas en la recuperación emocional y tratar de que puedan realizar un trayecto de autonomización que les permita crear un proyecto de vida personal e integrarse en el mercado laboral y en la red social. Pero si las necesidades que las acucian son tan básicas y no se pueden cubrir desde otras instancias, nuestro trabajo no ha lugar.
La fórmula “estas mujeres no se adecúan al perfil”, implica también que con ellas no se puede trabajar. Y comienzan las imputaciones. 

Voy a leer textualmente algunas cosas que se dijeron en una mesa sobre violencia de género, por parte de una profesional:
Son mujeres con bajos recursos económicos y que conocen muy bien la red de servicios sociales y las prestaciones existentes y hoy ser mujer maltratada abre la puerta a no pocas prestaciones. Se presentan como tal, pero son incapaces de ver la violencia que ejercen sobre sí mismas. Son mujeres que no reconocen su posición y que mientras no admitan que se sostienen en un modo particular de gozar, inadecuado, se verán arrastradas incluso a la muerte.
Además planteaba: La posición de víctima es una posición no sólo rentable económica y socialmente sino también en cuanto a los afectos que genera. Así, buscan ser queridas, pero cuando les ofreces la posibilidad de ser tratadas, la rechazan, apenas se vislumbra la pregunta de cómo he llegado hasta aquí. Y eso cuando entran al despacho, porque la mayor parte ni siquiera quiere venir al despacho. No les interesa. Estas víctimas son auténticas maltratadoras.

Sin duda que habrá víctimas que sean auténticas maltratadoras, pero lo que quiero resaltar es que esto casi parece una imputación procesal. Jurídicamente no sé, pero humanamente esta es una acusación en toda regla: el sujeto no colabora, se resiste y manipula en busca de un beneficio inmediato, no quiere saber nada de abordar su propia responsabilidad respecto de su situación. 

Las profesionales se quejan de que las mujeres que les llegan no cumplen el perfil y que por lo tanto ellas no pueden cumplir con la función que debería cumplir, con su trabajo. Se quejan de que las mujeres no quieren curarse, porque repiten pautas. Y empieza otro modo de segregación que consiste en actuar cabalgando sobre la sospecha: “Estas mujeres mienten”. ¡Claro que mienten si en ello les va la supervivencia! Ahora bien, desde el psicoanálisis sabemos bien que el punto en que una mentira se enuncia es el mismo en el que se hace presente algo del orden de una verdad subjetiva que indica la posición del sujeto en relación al mundo. En esta forma de pensar acerca de las mujeres también se instituyen falacias como el llamado síndrome de alienación parental, o como que las mujeres denuncian pero luego retiran las denuncias, o que generan causas penales (violencia de género) para beneficiarse en sus causas civiles (divorcio, convenio regulador, etc.,)… 

Ahora bien, las profesionales sufren y hacen síntomas atrapadas en la dialéctica de la exigencia totalitaria a que se ven sometidas. Cuando llegué a un centro a supervisar al equipo de trabajo, las primeras palabras de ese equipo fueron Vamos cayendo, estamos atravesando la delgada línea roja. Vamos enfermando. La creencia que se sostiene que se puede dar una respuesta total y homogénea y que es posible entender y saber lo que se dice y lo que hay en juego-, impide que se escuche. Y eso lleva directamente a enfermar de impotencia. Por eso es importante la interlocución con un/a psicoanalista, por lo menos en el ámbito de una supervisión de equipo.

En el caso de las mujeres víctimas de violencia de género hay un malestar que está muy presente. Las mujeres atendidas denuncian. Denuncian y hacen entrar sus quejas por registro en las instituciones, denuncian ante el defensor del pueblo, denuncian en los medios de comunicación. Denuncian haber sido objeto de engaño, cosa que por otra parte es cierta, y de ser mal-tratadas. Ciertamente denuncian que han sido engañadas, que cuando se les dijo que denunciasen su situación de malos tratos también se les dijo, no estarás sola tendrás todos los recursos necesarios, te acompañaremos. Y con lo que se encuentran es con algo que me recuerda unas palabras de Mª Zambrano que me ayudan a situarme como analista: Hay personas que quitan la soledad sin dar compañía  y otras que acompañan dejando intacto lo que de puro y de fecundo hay en la soledad[15]. Se les ofreció compañía, pero encontraron otra cosa. 

Hoy por hoy se insta a la mujer con extraordinaria insistencia y por todos los medios a denunciar.  Como las denuncias no se incrementan suficientemente a ojos de los técnicos y gobernantes, se buscan explicaciones: debe ser que la situación económica que padecen estas mujeres las aboca a permanecer en el hogar. Hay mucho texto alrededor de las mujeres en el que las mujeres una por una no cuentan. Y las mujeres no cuentan porque no tienen a quién contar. Y entonces denuncian, siguen el mandato y continúan denunciando y lo hacen con malestar y crece el círculo vicioso propiciado por el discurso del poder, el círculo de la imputación de errores y la inculpación. 
 
La torsión que opera la escucha psicoanalítica en el trabajo con mujeres víctimas de violencia de género

Otro ejemplo para finalizar:
Una mujer con una historia muy complicada acogida en un recurso residencial está ya a punto de salir de él. El equipo se plantea acompañarla en el trayecto de esa salida, ayudarla a elaborar el tránsito. Otra mujer que salía un poco antes que ella del recurso es derivada a un piso tutelado y esta mujer dice, yo también quiero ir a un piso tutelado. Desde el equipo le plantean que tiene que esperar un tiempo para acceder a un piso tutelado porque de momento no hay plazas, que existen otras posibilidades para su salida más en consonancia con su situación y posibilidades tal y como habían hablado ya con ella. Sin más, se presenta a la instancia de la administración de la que el recurso depende y denuncia por registro que en el Centro hay un trato no igualitario, que a sus hijos le dan mal de comer y que lo que ella quiere para su salida es un piso tutelado. Para que no haya problemas, políticamente hablando, se saca su escrito del registro (antes de sellarlo le dicen que suba que la van a recibir). Sube al despacho y ahí le dicen, ¿Un piso tutelado? Por supuesto. Con lo cual se contradice todo el trabajo hecho por parte del equipo, se desautoriza su labor y no se investigan sus criterios. 

Unas semanas más tarde, llega la adjudicación de plaza en un piso y lo rechaza porque está lejos (algo resuena: te pido que rechaces lo que te ofrezco porque no se trata de eso[16]). Entonces afirma que ella quiere salir de manera autónoma con sus tres hijos y se trabaja con ella lo que se puede por parte del equipo (previamente desautorizado por la institución) esta nueva modalidad planteada. Se gestiona la ayuda única (ayuda económica destinada a la salida) de la comunidad autónoma de referencia para víctimas de violencia de género que, si bien no es una cantidad importante, le permitiría alquilar una habitación para vivir con sus hijos y comenzar su nueva andadura y, llegado el momento, recibe la ayuda, se la gasta y plantea que se lo ha pensado mejor, que lo que quiere es una vivienda del Instituto de la Vivienda de la comunidad de referencia. Y vuelve a ir al Defensor del Pueblo y a la Dirección General correspondientes. 

Esta mujer lleva residiendo en un centro alrededor de dos años ya. El periodo de estancia es variable porque se trata de un equipo que trabaja muy bien, que escucha a las mujeres en su singularidad. Lo establecido es que una mujer puede permanecer en el recurso alrededor de un año, todo lo más año y medio. A veces es menos y a veces es más. Depende verdaderamente de la situación caso por caso. Pero en este caso es fundamentalmente porque no se escucha qué insiste en este rechazo de los recursos. Se le viene a responder que todo es posible. ¿Qué quieres?, todo es posible. Pero, claro, no se trata de eso.

En ese sentido, mientras quedan arrumbadas las preguntas por la relación con lo otro, con el otro del sexo, con el goce otro, mientras quedan arrumbadas las preguntas por el sentido de los acontecimientos, por las versiones personales que se dan de ellos y por la repetición de la insatisfacción, mientras todas estas preguntas quedan arrumbadas, el sufrimiento y la queja se incrementan. 

Se trabajó en el ámbito de la supervisión el caso de esta mujer que iba rechazando de manera sistemática lo que por otra parte y simultáneamente solicitaba. Apareció la imputación dentro de una cadena de violencia muy particular, porque el amo se instila, se esconde en las circunvoluciones de nuestras entrañas. Entonces, las mujeres son imputadas, el equipo es imputado por las mujeres y por las instituciones de las que depende y las instituciones temen ser imputadas públicamente por las destinatarias de sus servicios y ahí se produce un circuito de denuncia, imputación, culpa, omnipotencia e impotencia que se disparan en una u otra dirección. 

¿Cómo detener este circuito infernal del que lo que queda exiliado es el sentido? Encuentro una fórmula tan poética como analítica en la frase de Valente: Hallar para las respuestas dadas sus más secretas preguntas[17]. Eso abre un espacio. En el caso de esta mujer circulaban juicios/respuesta: esta mujer es una manipuladora; lo que pasa es que no quiere salir del Centro porque está cómodamente instalada y tiene miedo a salir. Pero como si fuera algo que no pudiera o debiera sentir, caso de experimentarlo. Quiere quedarse aquí y manipula. Nos ha pillado las vueltas: sabe que estamos doblegadas por el poder de una institución que nos supera, no tenemos ninguna autoridad para intervenir porque sabe que se saldrá con la suya cada vez que se queje a instancias más altas. Pero el deseo era ¡Que se vaya, por favor! Decían, refiriéndose a la mujer en una ocasión, ¡Huy, huy, Fulanita está cantando y si está cantando es que nos ha denunciado otra vez!

Ahí es donde verdaderamente una pregunta analítica puede cambiar en un momento una perspectiva dada, abrir la respuesta-juicio contundente a otras posibilidades de interpretar. Simplemente plantear ¿qué le pasará a esta mujer que rechaza todo aquello que solicita?, ¿no estará mal?, ¿qué síntoma se hace presente en esta repetición? El equipo decía esta mujer se resiste a asumir, no reconoce… luego lo que tiene que hacer es asumir, reconocer. Duele escuchar esto porque es como oír el sonido de los clavos que sellan el féretro del sujeto. Mientras el discurso permanece ahí, no hay nada que decir más que la imputación. Ahora bien, la pregunta del analista abre otro espacio. Y sólo lo puede hacer porque previamente en su intervención ha presentado la escucha. Sabemos que la escucha es anterior a la palabra, a la palabra que pueda conducir a una verdad del sujeto. 

Si la escucha se ha presentado, la palabra del analista opera ahí un efecto que permite empezar a preguntarse qué le pasa a esta mujer. Está sufriendo, lo está pasando mal y lo que presenta debe tener algún sentido. Antes era nos lo está haciendo pasar mal, nos está descalificando ante la institución de la que dependemos  por no asumir ni reconocer lo que tiene que asumir y reconocer

La torsión pasa por poder preguntarse qué le estará pasando a ella y qué significarán sus manifestaciones. La pregunta por la diferencia, por la singularidad, abre un espacio a la escucha y, por tanto, al relato de lo propio. Cambia así totalmente la situación, reduciendo de entrada el padecimiento, transformándolo en indagación fruto de la curiosidad. Se pasa de un objeto de trabajo, considerado un mero cuerpo a gestionar, a un sujeto que tiene una biografía, una narración, una historia propia de los acontecimientos biográficos y un enigmático modo de manifestar su desazón. Eso cambia la intervención radicalmente puesto que la concepción que del sujeto tenga el profesional imprime una marca indeleble en el abordaje de su problemática, y en todo el curso de la intervención.

¿El psicoanálisis qué puede aportar en relación a todo esto? En el Punto del Observatorio Regional sobre Violencia de Género que coordino, gestionado por Cepyp-Uno (Centro de Trabajo Psicoanalítico), las profesionales que en él trabajan tienen formación psicoanalítica. Hay una implantación del método analítico, donde lo que se juega fundamentalmente es la responsabilidad de ejercer el poder discrecional del oyente. Nos dice Lacan en Variantes de la cura tipo[18]:
En el camino de la verdadera (humildad), no habrá que buscar lejos la ambigüedad insostenible que se propone al psicoanálisis; está al alcance de todos. Ella es la que se revela en la cuestión de lo que quiere decir hablar, y cada uno la encuentra con sólo acoger un discurso. Pues la locución misma en que la lengua recoge su intención más ingenua: la de entender lo que "quiere decir', dice suficientemente que no lo dice. Pero lo que quiere decir ese "quiere decir" es también de doble sentido, y depende del oyente que sea el uno o el otro: ya sea lo que el hablante quiere decirle por medio del discurso que le dirige, o lo que ése discurso le enseña de la condición del hablante. Así, no sólo el sentido de ese discurso reside en el que lo escucha, sino que es de su acogida de la que depende quién lo dice: es a saber el sujeto al que concede acuerdo y fe, o ese otro que su discurso le entrega como constituido.

La responsabilidad del oyente es tanto como esto. Tiene el poder de reconocer o de abolir una existencia. Se puede hacer sugestión, presión o educación…  o se puede escuchar. Y esto ocurre tanto con las mujeres atendidas como con las profesionales que las atienden, quienes, no lo olvidemos, encuentran también muy pocas oportunidades de ser verdaderamente escuchadas y, con ello, su salud se resiente.

Termino con dos cuestiones que a mí me parecen propias del discurso analítico en cuanto es un discurso poético. María Zambrano dice en Delirio y destino que
Cuando a nadie le podemos contar nuestra historia eso es muerte. Muerte por juicio. El juicio de quien debería oír y entrar dentro de la propia vida, es la muerte. Vivir es convivir, decía Ortega, y cuando la convivencia es imposible porque el que convive interpone y echa su juicio sobre la persona, entonces es la muerte. Se muere juzgado, sentenciado a aislamiento por el otro[19].

Frente a esto, el análisis lo que hace es, recobrando las palabras de Valente antes citadas, hallar para las respuestas dadas sus más secretas preguntas.

Ello libera de la exigencia del discurso amo de dar contestación/solución general y de experto al “problema”, transforma éste en un campo a explorar y sólo a partir de la palabra en clave singular que hace presente quien padece o vive la experiencia. Esto supone llegar a la convicción de que la verdad está en el discurso del otro, aunque sea por construir. No se trata pues de contestar y dar mayor saber “experto” sino de reconocer que el único experto, aún de lo que no sabe, es el sujeto al que atendemos. Responder es estar ahí, no hurtar el cuerpo, el soporte material que damos al discurso del Otro.

Hablando de expertos, transcribo aquí parte de una canción de Laurie Anderson muy apropiada aunque, claro, es mejor escucharla:

Now only an expert can deal with a
problem.
Cause half of the problem is seeing  the
problem.
And only an expert can deal with the problem
So, who are these experts? Now,
experts are usually self-appointed
people or elected officials or people
skilled in sales techniques, trained or
self-taught to focus on things that might
be identified as problems. But the
expert is someone who studies the
problem and tries to solve the problem.
The expert is someone who carries
malpractice insurance. Because often
the solution becomes… the problem.

And only an expert can deal with the problem.
And only an expert can deal with the problem. [20]
Only an expert (Laurie Anderson)



[1] Jacques Lacan (1953). Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Escritos I. S.XXI Editores
[2] J. Lacan (1954/55). Seminario 2, El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Clase IV. Paidós
[3] Dice José Luis Pardo en La banalidad, editorial Anagrama, (1989): La imagen no habita en la mirada […] sobrevive cegando al ojo que la mira […] Las imágenes […] no ocultan nada, son evidencias puras […], una evidencia que se hace invisible a fuerza de mostrarse.
[4] Jorge Alemán. La guerra que está viniendo. El discurso capitalista según Lacan. En Revista Psicoanálisis y el hospital, nº 20 (Noviembre 2001), El ser hablante y la muerte.  http://www.psiconet.com/psa-hospital/20.htm.
[5] Emmanuel Levinas, (1977). Difícil libertad. Caparrós Editores.
[6] J. Lacan (1970). Seminario XVII. El reverso del Psicoanálisis. Clase 9, Edipo, Moisés y el padre de la horda. Ed. Paidós. En otras traducciones en lugar de leerse Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto, aparece Si no es por estar aislados juntos. Parece más pertinente esta última.
[7] Jorge Yunis, (2001). La segregación. Rev. Virtualia nº3.
[8] Ibídem.
[9] Hanna Arendt (1974). Los orígenes del totalitarismo. Taurus
[10] J. Lacan (1973). Seminario XX. Aún. Clase 5, Aristóteles y Freud: la otra satisfacción. Ed. Paidós. El énfasis es mío.
[11] Vx Φx
[12] Michel Foucault (1977).  Historia de la Sexualidad, Tomo I. La voluntad de saber. Siglo XXI Editores.
[13] Armando Ingala (2012). Nosografía Freudiana. Desgrabación conferencia dictada en Cepyp-Uno dentro del Foro de Estudios Freudiano.
[14] Francisco Pereña (2004). De la violencia a la Crueldad. Ensayo sobre la interpretación, el padre y la mujer. Ed. Síntesis.  También dice: La violencia no es la crueldad, es el padecimiento de la experiencia traumática. La crueldad es el modo como la violencia se convierte en razón de un orden y de una venganza. Por eso, la violencia a la vez que funda el derecho se convierte en exigencia de reparación y de ese carácter restitutivo proviene la crueldad y su constancia en el vínculo social... Cada vez que buscamos la mano que origina y dirige nuestras desgracias, cada vez que retomamos la significación persecutoria, montamos el campamento de la crueldad. Y la resistencia de las manifestaciones sintomáticas de las mujeres ocupa el lugar de la mano que origina y dirige nuestras desgracias, nuestra impotencia: ¡Si fueran como debieran…!
[15] María Zambrano (1955). Don José. Nota necrológica. Rev. Ínsula, nº 119. Madrid, 15 de noviembre
[16] J. Lacan. (1973). Seminario XX. Aún. Clase 9. Del Barroco. Ed. Paidós.
[17] José Ángel Valente. Carta abierta a José Lezama Lima. Publicado inicialmente en Rev. Ínsula, julio-agosto de 1968. Recogido en Las palabras de la tribu. Tusquets Editores 1994.
[18] J. Lacan (1955). Variantes de la cura tipo. Escritos I. S.XXI Editores

[19] María Zambrano. Delirio y destino (los veinte años de una española). Ed. Mondadori. Madrid, 1989
[20] Laurie Anderson. Only an expert. En el álbum Homeland. Traducción: Ahora sólo un experto puede encargarse de un problema. Porque la mitad del problema es ver el problema. Y sólo un experto puede encargarse del problema… Luego, ¿Quiénes son estos expertos? Bien, los expertos son normalmente personas que así se autodenominan o funcionarios autorizados o personas cualificadas en técnicas de ventas, entrenadas o autodidactas para centrarse en las cosas que podrían ser identificadas como problemas. Pero el experto es alguien que estudia el problema y trata de resolverlo. El experto es alguien que lleva un seguro de negligencia (mala praxis). Porque, a menudo, la solución se convierte en… el problema.

 

“Violencia y mujer ¿Por qué son términos asociados?”.

Lydia Gómez Valverde 

Publicado en: Primeras Jornadas Internacionales: Sobre la violencia de género en la sociedad actual. Ed. Generalitat Valenciana, Dirección General de la Mujer. Valencia, 1996

"Cuando a nadie le podemos contar nuestra historia. Eso es muerte. Muerte por juicio. El juicio de quien debía de oír y entrar sin más en el dentro de la propia vida es la muerte. Vivir es convivir, había dicho Ortega, y cuando la convivencia es imposible porque el que convive interpone y echa su juicio sobre la persona, sobre aquella que nace solamente cuando se comparte, es la muerte. Se muere juzgado, sentenciado a aislamiento por el otro". María Zambrano. “Delirio y Destino”.

Existen múltiples perspectivas desde las que puede ser abordado el tema mujer y violencia, en general orientadas a dar cuenta del porqué del triste privilegio del sexo femenino en cuanto a padecer violencia por parte de instancias políticas, sociales, culturales, económicas, personales y de relación. Esta diversidad de acercamientos posibles al tema enriquece sin duda el conocimiento del mismo y llama a la necesidad de estudios interdisciplinarios, en los que poder abarcar y conjugar los distintos niveles y matices que presenta. Pero también, en ocasiones, produce confusiones, cuando inadvertidamente nos encontramos con deslizamientos de una a otra perspectiva, que cristalizan en conclusiones apresuradas de las que se desprende a veces un ejercicio o un uso social que tiene efectos nocivos sobre las personas. Así, de un estudio psicológico pueden derivarse indebidamente juicios morales, de uno legal, la ilusión de una comprensión sociológica, etc. Por todo ello quisiera circunscribir el muy limitado alcance de mi intervención. En primer lugar señalando que mis reflexiones se asientan sobre el trabajo conceptual elaborado en torno a los términos violencia y mujer en el campo del psicoanálisis. Y, en segundo lugar, especificando que voy a intentar hablar de la violencia sufrida, sí, por las mujeres pero desde una óptica diferente: la violencia que padecen, una por una, ahí donde precisamente se manifiestan ellas violentando el orden de las cosas establecidas o entendidas como naturales, para abrirlo, subvirtiéndolo, a otras posibilidades.

Partiré de una definición global del concepto de violencia que la describe como reacción ante la ruptura de la imagen del mundo en que se asienta un sujeto o un orden dados. La crítica hacia el amo de una época (poder establecido, no sólo político sino discursivo, esto es, lo pautado -implícito o explícito- en las relaciones, creencias y valores) no es en absoluto la misma, ni tiene los mismos efectos que la que lo pone en crisis auténticamente, esto es, la que hace cesar su poder, poniéndolo en tela de juicio. Ésta es la que produce los incontestables saltos en la historia y la que padece la violencia que comúnmente entendemos por tal, la violencia represora.

La crítica, por lo general, alimenta a lo criticado en cuanto nutre su posibilidad de superación y mejora, al resaltar sus diferencias respecto del modelo ideal o poner de manifiesto los roces existentes en su funcionamiento. Pero el modelo, en definitiva, no varía, o tan sólo lo hace en sentido de extenderse y complejizarse, partiendo, de todas formas, de un núcleo fuera de cuestión. El amo aquí se recicla e incrementa su poder. La reivindicación crítica suele adolecer así de la herencia del paradigma epistemológico al que cuestiona pues, en definitiva, trata de elevar a posición central o rectora lo que en él era marginal. Varía, digámoslo así, el contenido y se redistribuye el poder entre los elementos que ya había en juego. Pero la estructura como tal no varía, ni el carrusel de sus participantes tampoco.

La crítica verdadera es crisis que se abre ante el reconocimiento de lo absolutamente nuevo, es la que anuncia la ya no vigencia de los patrones determinados por el modelo anterior para abordar precisamente ese espacio nuevo de mundo que se ha perfilado y ello con tan sólo dejar en suspenso las apoyaturas en que acostumbramos reposar nuestra perspectiva de la realidad. La crisis es la que dará lugar a un salto transformador de la raíz en que se asientan nuestras relaciones, dará lugar a una nueva estructuración. El discurso social aquí tambalea, el orden simbólico en que hemos sido socializados quiebra y cae de su posición de dominio. Bien es cierto que un nuevo amo, nacido de este otro alumbramiento de la realidad, vendrá a ocupar su lugar (tendremos otras relaciones, otras pautas y valores, otra concepción del mundo, pero seguirá habiendo pautas, valores y concepciones de la realidad), pero, entre tanto, se ha realizado una experiencia: la de que la vida de un discurso social no es eterna ni la realidad única. Por ello podremos abordar con menos miedo al caos, a la nada, la presencia de lo nuevo.

La tesis del trabajo es que la mujer en sus manifestaciones singulares constituye en sí misma una crítica verdadera al poder del discurso sociocultural instaurado, pues presentifica lo no contemplado o discernido por él; contrapone otredad, no inmediatamente aprehensible o anulable por la semejanza normativa y homogeneizante en que se asienta el discurso amo y de la que extrae su poder; cuestiona que la verdad de éste sea una verdad última y total. Con todo ello se hace acreedora de la violencia del amo que se traduce en desprecio y sometimiento, invisibilización o condena xenófoba, represión o ridiculización y, en ocasiones, incorporación desnaturalizada a su discurso de lo que podía hacerle quebrar.

Si hacemos un repaso histórico es llamativa la cantidad de producciones teóricas y de prácticas que el discurso social y de pensamiento ha generado para tratar de absorber o negar los impactos producidos en su centro por la expresión femenina.

Acerca de la violencia.-

Detengámonos en la noción de violencia. Partiendo de la más simple definición, la que nos aporta el diccionario, podemos sostener que violencia es acción y efecto de violentar, de sacar algo de su estado natural; acción que se ejerce contra el natural modo de proceder o de ser. Violencia se opone comúnmente a espontaneidad y naturalidad.

Un apotegma latino, "nihil violentum durabile" indica que la naturaleza y el hábito, que es una segunda naturaleza, acaban por triunfar, con el tiempo, sobre la violencia. O lo que es lo mismo, pero ahora en palabras populares, las aguas tarde o temprano vuelven a su cauce. Sólo tendríamos una objeción que hacerle al pensamiento que se deriva de estas frases: el cauce al que se retorna, el hábito que triunfa a la larga, en el intervalo, y tras la violentación sufrida, o bien se ha transformado, y por lo tanto no hay retorno plenamente cumplido, o bien ha sido restituido el punto de partida con un esfuerzo de trabajo de exclusión y/o expulsión de lo nuevo introducido por la acción violenta, lo que sin duda deja sus huellas.

Violencia primigenia.- Violencia de la identificación al significante.- 

Partiendo de este punto tendríamos que reconocer en el medio de lo simbólico, el lenguaje, el primer instrumento de violencia ejercida sobre el género humano. Es la interposición del lenguaje la que extrae, exilia, al ser humano de la armonía de los ciclos naturales y los comportamientos a ellos adecuados. La que nos arroja fuera del potente curso de las mareas en el que alguna vez flotamos acompasadamente. La palabra, ocupando un lugar de herramienta de acceso al mundo, hace caer de nuestro equipaje la floreciente dotación de instintos que acompaña a otras especies. No existe en nosotros la representación genética interior cuya imagen, al superponerse a la del medio que nos rodea, determine la puesta en acto de un comportamiento adecuado a fines preestablecidos: nutrición, reproducción, etc. La pérdida de los instintos hace anidar en nosotros la herida temblorosa de la libertad: la elección es un efecto de esa violencia sufrida y, en la corte que la rodea, la acompañan siempre el miedo al error, el desamparo y el deseo.

Esta violencia, la violencia radical del lenguaje, es constituyente pues de esta particular especie que somos. Una especie compuesta por sujetos que hablan y que, por ello, piensan, con una lógica extraída de la propia estructura del lenguaje. No sólo hablamos, sino que para acceder y transformar el mundo que nos rodea, para vivir en él y con él relacionarnos, requerimos de la mediación instrumental de la representación simbólica. Ella es como la brújula que orienta nuestros movimientos en un universo que se ha hecho infinitamente más grande, por el hecho de que el símbolo nos libera de la necesidad de la presencia del objeto en nuestro campo sensible para llegar a él y desentrañarle. Podemos soñar todo un mundo con la imaginación, deleitarnos y sufrir con ello, pero también podemos crear fórmulas abstractas que lo resumen a sus leyes de funcionamiento y que pueden intervenir sobre el suelo de la materia tangible, llegando a descomponer sus elementos y transformarlo.

Otro efecto de haber sido atravesados por la flecha de los signos estriba en esa locura genérica que nos lanza a la pasión del "ser". Somos porque hablamos, porque hemos sido hablados y nombrados, porque vivimos sumergidos en el medio de la palabra. Creemos ser, aspiramos a ser, afirmamos ser, negamos ser.
El ser en que nos representamos nos representa ante nosotros mismos, pero nunca agota nuestra esencia, siempre, entonces, nos falta algo de ser para llegar a ser lo que somos.

La tarjeta de visita que extendemos con nuestros actos y palabras, con nuestros gestos, se tiende en busca de un reconocimiento. La existencia depende de él. Existir para nosotros es recoger en el territorio del otro las huellas de nuestra presencia, precisamente porque llegamos a la existencia por esa vía: alguien nos reconoció, reconoció en nuestros movimientos sentidos diversos, adscribió a nuestros gestos alguna significación e intención. En definitiva, supuso la existencia de un sujeto ahí donde quizá no éramos aún más que palpitante carne apremiada por la vida. Fue esa labor la que nos otorgó un ser, una identidad, desde la que partir, nunca acabada, nunca definitiva, puede que contestada y transformada, pero, sin duda, trampolín original en nuestro salto hacia el ser.

Cuando hablamos de ser necesariamente hablamos de falta en ser. No hay más ser estable que el que no se saber ser, y si el ser nos llega por la palabra, que nos identifica y en ese acto nos crea como humanos, con ella nos llega también el saber... el saber de nuestra falta en ser. Nuestro ser es siempre proyecto de ser, recuerdo de ser, conato de ser... por habernos identificado al significante que nombra y representa, pero que en sí no es. La violencia radical del lenguaje nos exilia de los seres que no se saben y a los que, por ello, el ser no les falta. Introduce en nosotros un abismo imposible de llenar y del que fluye el deseo, pero también el dolor; la investigación y la búsqueda, al tiempo que la decepción; la necesidad de ir siempre más allá y, simultáneamente, el horror a hacerlo. Pues en la búsqueda de ese ser que falta, el que se cree tener vacila y se desdibuja y, por un momento, desaparece, dejándonos en el desamparo y la angustia.

De esta violencia simbólica original que, como el pecado, nos expulsó del paraíso (supuesto, claro, por la idealización que comporta mirar lo natural desde la frontera del exilio), surgen los otros dos modos de violencia que hoy querría abordar: la violencia represora, xenófoba, misántropa y misógina, la violencia conservadora, en una palabra, que es la violencia que se deriva de una férrea identificación a las significaciones ya construidas y a las realidades que trae aparejadas. Pero también a esa violencia original debemos otra, la violencia creadora, la violencia simbólica, que atraviesa los cauces de lo dado, lo permitido y lo aceptado y gana nuevos territorios por los que pasear la existencia. La violencia que se deriva, no como la conservadora de una identificación a las significaciones, sino de otra identificación muy peculiar: la identificación al silencio en las significaciones, la identificación al abismo callado que existe en toda significación, la identificación en definitiva al silencio existente en el interior del ser y por el ser oculto.

Como muy bien decía el filósofo García Morente, la angustia de la vida es no-indiferencia al ser en su doble aspecto: existir y existir de éste o de aquél modo, esto es, existencial y esencial. La angustia es afán de ser, de seguir siendo, lo que por otra parte lleva dentro de sí el temor de no ser, de dejar de ser, el temor de la nada. La angustia es pues ansiedad de ser y temor de la nada: "La nada sobrecoge al hombre y entonces la angustia de poder no ser es la que lo atenaza y sobre ella se levanta la preocupación y, sobre la preocupación, la acción para ser, para seguir siendo, para existir". En el fondo de la existencia encontramos pues, como raíz de ella, la nada. En la vida coexisten el ser y el no ser, la existencia y la nada. Pero la nada no consiste en el aniquilamiento del ser, se nos aparece como algo primario, que no se deriva de un acto de privación del ser. El ser es lo que se deriva de la nada, por negación: "La nada es el origen del no y la negación; el no y la negación, aplicados por la vida a la nada, traen consigo el ser". P. Valery lo decía poéticamente "El universo es una falla en la pureza del no ser".

No olvidemos que este ser que nace con la negación de la nada debe a ella su linaje y que, por ello, dentro de sus entrañas encierra a su vez una nada, la que hemos llamado falta de ser, que se actualiza y echa su aliento en la cara de los sujetos cada vez que una nada de sentido se filtra en su ser instalado gracias al sentido. Cada vez que aparece algo que sorprende y no encaja con lo esperado, esa nada de ser que nos lanzará al ser otra vez, hace acto de presencia y se nos anuncia a través de su heraldo: la angustia.

¿Quién no ha realizado la experiencia subjetiva de quedar privado del ser, aunque sea momentáneamente, por esa nada que se torna vigente de nuevo por un acontecimiento, a veces nimio?. Ya es más difícil haber realizado por completo la experiencia, esto es, haber arribado a un nuevo ser gracias a no haber cerrado los ojos al sinsentido que se ofrecía como una oportunidad de llegar a ser, todavía, otra cosa. Unas palabras dichas en un momento, sin pensar, y que con extrañeza oímos de nuestros propios labios, descubren nuestra vocación de chistera de mago, el trasfondo desconocido que nos habita y que nos ajeniza de nosotros mismos. ¿Recurrimos al analgésico de la equivocación y nos olvidamos de ello, porque ciertamente nuestro ser vacila, o afrontamos explorar ese territorio interior, afrontamos la aventura del descubrimiento?. El gesto displicente de un hijo, su leve alejamiento ante una caricia, nos sorprende, por un momento retira el suelo sobre el que nos erguimos, muestra una nueva dimensión, un otro en ese ser tan íntimo, cercano y conocido hasta entonces. Si él se nos hace extraño también nosotros perdemos asiento: ¿Y ahora qué?, ¿Quiénes somos si la espontaneidad de nuestra función y su correspondencia han quedado quebradas?. El privilegio de haber sido alcanzados por lo nuevo, tiene que abrirse paso a través de la angustia de dejar de ser, de quedar privados del ser anterior. En ocasiones no lo logramos, y es aquí donde el juicio acerca del otro o de uno mismo gana terreno y sanciona explicando como error, destino o malevolencia el que lo que ha sido ya no sea, o que además sea otra cosa que la que creemos.

Al aceptar que el significante representa simbólicamente lo real y que de su juego combinatorio se desprende la significación, aceptamos también nuestra falta en ser. Aceptación eufemística puesto que el medio que nos espera antes de nuestra llegada al mundo es ya simbólico y caemos en su red sin posibilidad de elección en el origen. Dotados de la herramienta del lenguaje, que a su vez nos ha creado en nuestra especificidad, ingresamos en la cultura y en su malestar que no es otro que el resultante de haber alienado nuestro goce animal a un goce simbólico que por el hecho de serlo ya no es total, pues jamás se confundirán plenamente lo representado (el objeto, nosotros mismos) con su representación simbólica. Entre ellos existe un salto sobre el abismo por mucho que acorten distancias. El símbolo, que es mediación por definición, impide el retorno a un mundo de inmediatez. Ingresamos en la falta en ser.


El ingreso en la cultura, sea cual sea la forma de civilización de que se trate, trae dos enormes consecuencias: la pérdida de la relación sexual inmediata, adecuada y satisfactoria, la que podría escribirse en una fórmula universal, y la pérdida del empuje de la necesidad y su adecuada, innata o instintiva satisfacción, también universal. Como vemos, el acento recae sobre lo adecuado y universal. Eso es lo que deja de existir como razón última, precisa y nítida de nuestros actos. Procesos tan "naturales" como puedan serlo la nutrición y el descanso, jamás aparecen desprovistos en su ejercicio de una manifestación de sentido. Es más, la significación diversa que expresan del estado anímico, deseos, ocupaciones y preocupaciones de las personas, ocupa un lugar tan central que desaloja el fundamento original de la necesidad. La falta de apetito o la voracidad, el insomnio o la somnolencia excesivas, que dan muestra de algo de la persona que exige ser interpretado, en ocasiones conducen a la autodestrucción. Ejemplo máximo de que el principio natural de primero preservar la subsistencia ya no ocupa el lugar central de nuestra vida. Muchas veces la vida es sacrificada o arriesgada en aras de obtener un reconocimiento simbólico de la existencia. Heroísmos y abnegaciones tienen mucho que agradecer a este particular modo del ser: el ser del sentido. Agresiones y masacres, también.

La división sexual, macho y hembra, adecuada naturalmente a la reproducción, nada prácticamente tiene que ver con la división simbólica de los sexos que se escribe en nociones de género puramente culturales. Gerda Lerner (1) apunta que el género, evidentemente algo socialmente construido, es "la definición cultural de la conducta definida como apropiada a los sexos en una sociedad dada, en una época dada. Género es una serie de roles culturales. Es un disfraz, una máscara, una camisa de fuerza en la que hombres y mujeres bailan su desigual danza". S. Freud (2) en sus artículos "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica" (1.925) y "El malestar en la cultura" (1.930) señala con toda claridad que el ser humano es un animal de indudable disposición bisexual y que la masculinidad y la feminidad son construcciones teóricas de contenido incierto.

La pérdida de la necesidad animal cede su lugar a la necesidad simbólica y se inaugura así una lógica, la lógica de lo necesario, de lo que no puede no ser, la lógica aristotélica. La relación sexual adecuada y universal, que no existe para nosotros, da lugar al amor. El amor, dirá J. Lacan (3) es lo que suple a la relación sexual que no existe y lo que hace de las relaciones sexuales (que sí existen, una por una, y cada vez) encuentros contingentes, irrepetibles, y por tanto diversos, por más que se produzcan con el mismo partenaire.El saber y el amor nos definen como especie, contando por supuesto con los pares de opuestos necesarios lógicamente para su definición intrínseca, la ignorancia y el odio.

Violencia conservadora o narcisista. Violencia de la identificación a las significaciones.- 

El desamparo, generado por la pérdida de lo adecuado e inmediato, nos impulsa sin tregua hacia su recuperación pero, naturalmente, no podemos salir a esa búsqueda con otros instrumentos que aquellos de los que disponemos: la batería simbólica. Aquí se fundamenta esa verdad que citábamos anteriormente y que dice que el hábito es una segunda naturaleza. La costumbre, las normas y las leyes, nos abrigan y cubren supliendo la función del pelaje instintivo y natural perdidos.


Desembocamos así en las formas que adopta la estructura, en los modos de pensamiento y organización del mundo que nos llevan a crear, creer y definir una realidad y terminar por tener la certeza de que es La Realidad. Desembocamos en los diversos paradigmas culturales que se han constituido a lo largo de las diferentes épocas y geografías. Lo más cercano a ese goce de lo viviente, de lo natural, del que estamos exilados, lo más próximo a la adecuación universal, al paraíso perdido, lo logramos a través de las significaciones que construimos para dar cuenta del mundo y el medio en que nos movemos.

Los recursos simbólicos puestos frente al desamparo y que construyen una realidad comprensible y manejable, llegados a su cristalización en significaciones corren el riesgo de detenerse. Esto, que está en el origen de las producciones humanas, también se sitúa como fuente de su estancamiento y de sus corrupciones, pues todo lo estancado tiende a corromperse. Al querer y conseguir recubrir el mundo con un saber que nos lo haga familiar, útil y transitable por conductas apropiadas, a veces, muchas veces, logramos también cercenar el campo de los sentidos o desarrollar la facultad de desconocer lo heterogéneo y, lo que es más, logramos desconocer que la última respuesta, la significación exhaustiva, la adecuada y definitiva, para nuestra especie no existe y que, precisamente, ahí radica la potencia de nuestro espíritu para encontrar respuestas diversas.

Todo paradigma -definido desde T. Kuhn (4) como el complejo formado por el cuerpo de conocimientos científicos, valores, creencias y técnicas de una comunidad social en un momento dado de su historia; lo que implica una tradición de pensamiento, un corpus cultural y una lógica no explicitada-, determina y estructura el campo de la experiencia que los seres humanos tienen de ellos y de su medio. De esta manera es inviable hablar de la existencia de fenómenos vírgenes desde los cuales partir en el curso de una investigación, porque el paradigma imperante en ese momento establece los modos de ver los hechos y, por añadidura, los métodos para su investigación. Todo hecho surge ya recortado en un cierto contexto, que es precisamente el que permite delimitarlo y seleccionarlo.

El acceso a lo nuevo está pues intrínsecamente obstaculizado por los propios instrumentos de que disponemos para conocer, y no es sino pudiendo dejar en suspenso, por un momento, todo ese importante legado de nuestros antepasados y la trama que nos vincula a nuestros contemporáneos que puede producirse el acto creador que transforma la realidad. El tiempo en ese momento da un salto. El verdadero porvenir, el que traza un hito, proviene de la otredad que pueda ser captada del presente. Si la búsqueda de cobijo ante el desamparo, no querer saber nada de nuestra falta en ser imposible de colmar de una vez y para siempre, puede llegar a cegarnos, dejándonos instalados en el confort, a veces sufriente, del ser que ya hemos conseguido cimentar, entonces, resulta más tolerable aceptar la existencia de un error, o la ignorancia, o la idea de estar en una fase del progreso del conocimiento que dista aún del conocimiento total porque faltan por desarrollar instrumentos de investigación adecuados o datos de información, que aceptar que el saber absoluto y, por ende, lo definitivamente adecuado, no existe. Resulta menos perturbador que aceptar que los parámetros que han dado medidas a nuestra imagen y nuestro mundo son perecederos, o por definición incompletos, o, lo que es aún más inquietante, que en su núcleo transportan un enigma, una otredad que los convierte en íntimos extranjeros.

La noción de progreso siempre tiene a lo total por horizonte y no contempla verdaderamente la posibilidad de creación, ¿Cómo podría excederse al todo -y la creación sería un exceso- que nos espera al final del esfuerzo, como última parada, y que estaba también en el origen de nuestro trayecto aunque sin descubrir?. La idea de progreso se basa en la noción de desarrollo que ya desde su etimología nos indica que existe algo que puede llegar a desplegarse en toda su dimensión, pero que previamente tenía existencia, la misma que al desplegarse se ha hecho conocida. La ilusión de progreso indefinido sostenida hasta hace no mucho tiempo en el campo de la ciencia se basaba en la idea de que podemos aún no saber, pero el saber espera pacientemente a ser descubierto si conseguimos desarrollar los instrumentos lógicos y técnicos necesarios.

Hoy día las nociones de determinismo y reversibilidad de los procesos naturales en que se basaba su lectura han hecho agua y el azar, la inestabilidad de los procesos y lo irreversible se muestran a la mirada de los científicos lanzando un nuevo reto. La contemplación de la organización creativa de la materia se ha hecho un hueco en el campo de la ciencia, a través de la investigación de las estructuras inestables y las bifurcaciones, no sin atravesar una cierta resistencia (5).  

Así, este desconocer la falta en ser es un desconocer defensivo, que estanca los recursos y el juego combinatorio de lo simbólico en las significaciones a que ya se ha accedido, impidiendo lo que es su esencia: el deslizamiento y la diversificación. Este desconocer tan sólo muestra tolerancia ante aquellas otras a las que se pueda arribar, si no suponen un cuestionamiento verdadero, si tan sólo se aparecen como nuevos trazos que complejizan, sin negar, lo ya dado. La facultad de desconocimiento, por tanto, no es lo mismo que saber que aún no sabemos. Radicalmente es querer desconocer, para salvar nuestra integridad narcisista (la idea de una unidad entera, acabada, y cognoscible), que el saber último adecuado y absoluto no existe, y que existen, por el contrario, posibilidades de crear saberes que den a luz realidades nuevas, ellos y ellas provisionales hasta nuevo aviso, gracias precisamente a esa falta de ser.

En esta facultad de desconocimiento podemos hacer descansar la resistencia a lo nuevo, la xenofobia, el odio al extraño, al extranjero, a la mujer, a lo diferente y que no entra en nuestra realidad ya acomodada, puesto que, caso de entrar, la forzaría a ampliarse a ser otra, la pondría -nos pondría- en peligro al hacer destilar ante nosotros los efluvios de lo diverso, que acotan nuestra tan querida realidad en el campo de lo particular, restándole sus aspiraciones universales. Por eso es común que la imagen que se construye de "lo otro" sea la del ladrón que sigilosamente se infiltra para privarnos de lo que nos es más preciado. La defensa se impone y, así, lo otro será expulsado violentamente por la confraternización y el esfuerzo de los iguales. El ser sale al campo de batalla, a destruir o a convencer y asimilar (pues la evangelización también forma parte de sus recursos bélicos) al enemigo diferente, para que deje de serlo o acepte el lugar que le "corresponde".


La violencia conservadora desgrana aquí lo que es su característica fundamental: esta violencia es el resultado del desconocimiento de otros límites normas o leyes que los del propio yo, la propia imagen del mundo. La violencia es cuestión de vida o muerte: cuando la contingencia, lo diverso, amenaza la continuidad interna de la propia imagen. Cuando corre riesgo de morir la imagen que se tiene de sí, porque ella se sostiene en la imagen construida previamente del mundo y el encuentro con lo otro la hace vacilar, la agresión sobre aquello que es identificado como origen de la agresión percibida -lo otro-, es considerada un acto defensivo por quien verdaderamente será el agresor. La violencia conservadora es siempre efecto del solipsismo, del encierro en lo común por una parte y, por otra, evidencia de que lo diferente se ha hecho presente en un afán insistente por existir. Esta violencia conservadora es sinónimo de intolerancia hacia la diferencia y de inmediatez comprensiva. El juicio, que la cita de María Zambrano al principio del trabajo tan bien define, es el arma de su furia. Juicio sin vacilación, sin duda, concluyente. Juicio ciego y sordo, el juicio que el miedo alienta y que reclama el derecho de agredir "en legítima defensa". La dificultad de aceptar las diferencias siempre existentes entre lo esperado y lo encontrado, la oposición a admitir pérdidas, separaciones y encuentros inesperados, la dificultad en definitiva, y como diría también María Zambrano, de desnacer, tiende a expresarse en un fortalecimiento desmedido de la instancia yoica, pues esta instancia es la encargada de asegurar la idea de unidad, de aquello exento de pérdidas. Esta instancia, encargada asimismo de sostener la realidad, al estar inflada y rigidizada en demasía, pierde su capacidad para entrar en contacto con otros e intercambiar, puesto que, como bien se sabe, el intercambio y la conexión con otros supone la posibilidad de poner en suspenso y llegar a modificar la propia realidad. De aquí se extrae que la reacción violenta es siempre una respuesta a lo que en primer lugar ha sido vivido como violentación en la propia carne de quien será el agresor.


Precisamente eso es lo que ha sucedido ante las manifestaciones de mujeres que no correspondían con los patrones de género adjudicados o, lo que suponía aún mayor insolencia, se atrevían a analizar estos patrones desde una nueva perspectiva que denunciaba la naturaleza de hábito social de los enunciados de género, interesados, evidentemente, en preservar determinadas relaciones de poder -enraizadas en la división de los sexos de la que derivaban comportamientos "adecuados" para cada uno de ellos- para quienes ocupaban una posición jerárquica más valorada socialmente. Desde la querella femenina de las mujeres del renacimiento, pasando por la lucha por la igualdad de derechos, desde el establecimiento del estado moderno y la Ilustración, hasta nuestros días, el pensamiento de las mujeres y su análisis de la realidad ha chocado con los valores prevalentes en unas organizaciones sociales regidas por el principio de la razón falocéntrica. Y esto en cuanto a colectivos, pero en el día a día del desenvolvimiento de la vida toda expresión cuestionadora o meramente abierta a dar otras respuestas que las ya dadas, toda presencia de mujer que exige un sentido otro, aún otro sentido, incluso para lo dado como ya explicado y conocido, que apuesta por tanto a que en el corazón del sentido anida el sinsentido creador, lo enigmático, ha verificado en su espalda el látigo de la violencia conservadora en sus diferentes figuras: desde el desprecio, a la amable tolerancia de sus "rarezas", hasta llegar a la brutalidad del golpe que pretende, moderno lecho de Procusto, estirar o encoger y moldear el ánima femenina a lo que el género dice que ella es y por tanto a lo que el agresor de ella espera.

El proceso de estudio de la condición femenina desde el punto de vista de las mujeres, iniciado a partir de los años setenta y desde diferentes disciplinas -basado en un intento de ir más allá de la visión sesgada con que desde antiguo se ha analizado la realidad humana- ha contribuido a crear un vacío en lo que antes era una imagen plena, la del género femenino. Pero también corre el riesgo de anquilosarse en los límites establecidos por sus propias producciones y por el paradigma cultural en que han sido desarrolladas hasta el momento.

Así, por ejemplo, se puede confundir la tarea de re-significación de la identidad femenina con la construcción de la significación por fin adecuada, puesto que ahora son las propias mujeres las que están atareadas en su creación, y no tomarla como lo que toda significación es: un intento tentativo de apresar conceptualmente una realidad que siempre excederá a su compresión en una noción y que por tanto exigirá incesantemente nuevas reformulaciones. Caer en negar que existe una imposibilidad estructural en el campo de las significaciones que las incapacita, a dios gracias, para ser la significación definitiva es un riesgo del que ya hay muestras. Es la imposibilidad lógica de llegar a esa significación definitiva y última la que procura porvenir y riqueza a las re-significaciones múltiples, en un proceso de deconstrucción y construcción permanente. Judith Butler (6) se ha dado perfectamente cuenta de ello y así está en condiciones de afirmar que la liberación de la mujer pasa por la liberación de toda identidad fundamentalista. Cualquier intento de dotar de un contenido específico y universal a la categoría mujeres necesariamente desestima la particularidad subjetiva, y si bien es necesario a nivel social que esto se produzca para mejorar las condiciones de vida del colectivo femenino, con intereses propios dentro de un orden social dado, no debería, en ningún caso confundirse con la radiografía de la estructura de la identidad de la mujer, pues en el momento en que podamos hablar de la mujer como un universal habremos perdido lo que de otredad revolucionaria y creadora comporta esa posición. Podemos también caer en el ejercicio de la violencia conservadora que hasta ahora nos era más bien ajena.

Quizá ya no parezca audaz decir entonces que la discriminación, y en algunos casos persecución, de que ha sido objeto el colectivo femenino, hunde sus raíces en esta facultad de desconocer o de negar. La mujer, encerrada tanto como el hombre en los papeles asignados a su género, sin embargo, y precisamente porque en el reparto no le había tocado tan de cerca la exigencia de los principios de la razón y la producción competitiva, ha podido vislumbrar en múltiples ocasiones los puntos ciegos del sistema, ha dado muestras de otredad y de apertura y por ello se ha convertido en un enemigo de lo común, de lo como uno, de lo conocido.

Dejándonos llevar por el curso de la historia y si un viaje en el tiempo fuera factible, es muy posible que instalados en un saber que desconoce su límite interior, no entendiéramos la importancia dada a determinados actos en el pretérito de nuestra propia organización social. Quizá seríamos incapaces de reprimir una sonrisa irónica ante sus creencias y formas de intercambio, o acabaríamos por explicárnoslas desde la posición de quien, con la superioridad supuesta que otorga conocer el desarrollo de los acontecimientos y con el analgésico de la idea de progreso, lo ve todo como pasos necesarios o superfluos, acertados o equivocados, pero en una línea de mejora o adelanto que llega a su máximo desarrollo, naturalmente, en el presente del observador.

Sin embargo, esto no sirve de lenitivo cuando recordamos cómo desde la ciencia se han justificado, y aún se justifican, grandes atrocidades, o cómo se ha definido a otras organizaciones sociales, cuya principal característica ha sido la de mostrarse como radicalmente diferentes de la nuestra, de salvajes, y en nombre de ello se las ha exterminado, bien literalmente, bien reduciéndolas a muestras anecdóticas de comportamientos humanos tachados de perimidos o atrasados, o, por último, embutiéndolas a duras penas y a la fuerza en la levita del modo de vida de la razón occidental.

La intolerancia, de la que la sociedad actual no puede preciarse de carecer y que persigue sistemáticamente a las expresiones humanas que se muestran otras que las propias, es violencia conservadora. Y no estoy hablando de áreas geográficas o países lejanos de cultura, religiones y modos de vida y política tan diferentes. Podemos simplemente volver la mirada a la Europa central desgarrada en conflictos étnicos y a nuestro propio suelo en el que colectivos enteros están condenados al silencio de la marginación, pues lo que el propio discurso social genera lo expulsa con fuerza centrífuga hacia sus bordes y lo mantiene ahí aplacado con débiles medidas para que no estalle. Fuerza y astucia dirigidas contra aquél o aquellos, en nuestro caso aquellas, que simplemente por existir siendo otros, distintos, rompen el espejo halagador, pensado único adecuado, de la propia imagen. Después veremos, aunque sea a grandes rasgos, qué hay de particular en la estructura subjetiva femenina que favorece su posición de objetivo, explícito o larvado, de este tipo de violencia.

La violencia conservadora es una pasión, la pasión por la ignorancia, y manifiesta la impotencia para entender e intervenir sobre un mundo que se demuestra extranjero y desconocido tras su cobertura familiar y a pesar de la cercanía de los cuerpos. Es un efecto de no querer saber nada de que no hay El Saber. Esta violencia es la puesta en acto del deseo de no desear, o lo que es lo mismo, de haber llegado a creer en la satisfacción sin interrogantes ni fisuras. Pero al mostrarse como deseo de no desear denuncia sin querer que el deseo se esconde en su centro, pues desear no desear no deja de ser un deseo aunque quiera acallar al deseo mismo, y se vuelve brutal intolerancia cuando escucha susurrado a su lado de otros labios el texto negado.

La posición masculina, más identificada con el edificio social construido, es quien preferentemente ejerce este tipo de violencia vuelta sobre la compañera que inquieta con sus preguntas y sorprende con sus manifestaciones y gestos.

Esto, volvamos a la guía de María Zambrano, se llama muerte por juicio. Cuando la comprensión inmediata de lo que se perfila en la ventana de nuestra existencia no acude, porque se trata de algo desconocido y que no responde al trazo de nuestra propia imagen, ella misma, que es la envoltura de nuestro ser y nuestra seguridad, se ve amenazada y el juicio contundente cae como una cortina que oculta y niega lo entrevisto o lo reduce a anecdótico y superfluo.

Violencia simbólica o creadora. Violencia de la identificación al silencio en la significación.-

La violencia simbólica es una violencia creadora, que recoge lo esencial de ese acto mítico y constituyente a que dio lugar la violencia primigenia del lenguaje, ese acto de destitución de lo natural para los humanos, que más tarde derivó en institución de una segunda naturaleza. La violencia creadora es la que crea un vacío, mejor dicho lo rescata, escuchando el silencio en las significaciones ya construidas, silencio que siempre habla de otras construcciones posibles, silencio del que se huye en la afirmación del ser. Es la que en la trama del tejido que nos abriga descubre huecos por los que se filtra lo no atrapado aún, lo no simbolizado todavía, inclusive dentro de lo ya representado, lo otro. La que recoge la pregunta por la estructura de la trama, por su origen y modalidad y rescata la posibilidad de tejer con otras técnicas y otros fines.

Crear es crear un vacío, un hueco, un silencio interior, que permita recibir, escuchar y ver lo extraño que anida dentro de lo conocido, dejar un espacio para que se manifiesten los conatos de ser, la falta en ser, el que no-todo está incluido en lo cubierto por el ser. Un vacío, una nada, en la que el ser no nos distraiga del decir, pues la falta en ser se dice en las interrogaciones críticas, y comprometidas con las propias entrañas, que acerca del ser hacemos.

Es esta una violencia que desagrega los compuestos, rescatando los elementos y analizando las relaciones que confeccionan el aparente todo integrado de la costumbre y lo establecido (sustituto cultural de lo naturalmente adecuado), abriéndolo a nuevas posibilidades. La razón poética, y seguimos las huellas de María Zambrano una vez más, expresa en palabras de J. A. Valente (7) esta disposición violenta: "Quizás el supremo, el sólo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es acto de penetración de la materia, sino pasión de ser penetrada por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación".

Esta violencia simbólica es violencia porque al rescatar el valor connotativo del lenguaje, atravesando la denotación -que señala como el índice enhiesto una figura, pero que no apunta a una esencia- rompe espejos, fractura moldes, y hace emerger la angustia por lo que aún es nada. Hace brotar el "nada todavía" que anuncia un futuro, pero que para ello suspende las certezas del presente.

La mujer es uno de los objetivos privilegiados de la violencia conservadora, que aparece dirigida contra ella en lo que es "justificado" como un acto de defensa, pues ella, una mujer, en sus manifestaciones constituye la presencia viva de la violencia simbólica que mina las certezas. El nódulo que hace de la mujer fuente de violencia simbólica reside en que ella en tanto que tal, en tanto que mujer, no existe, insiste por existir, está precisamente en el espacio connotativo del lenguaje, y no se deja atrapar totalmente en las categorías universalizantes e uniformadoras que un paradigma cultural -aquel en que vive y sea cual sea- ha diseñado para ella, suponiendo un cuestionamiento que se troca en irritación permanente a su pretensión de saber total.

Decir que la mujer no existe tiene apoyatura hasta en el uso común del lenguaje. Se habla del género humano o del hombre como sinónimos que contienen dentro de sí la representación de todos los individuos de la especie, independientemente de su sexuación. El hombre como genérico universal sí existe. No se habla, por el contrario, de la mujer como genérico que agrupe a ambos sexos. El intento de trabajar con las expresiones del lenguaje para limpiar de ellas la discriminación que de que van cargadas no debería dejar de ir acompañado de una pregunta acerca de por qué las expresiones llegaron a tomar los derroteros que hoy conocemos. Y no se trata tan sólo de una cuestión de poder y prevalencia, hay además la expresión de un silencio.

Como si lo particular de las mujeres fuera un resto despreciable, en el sentido decimal, matemático, del término, y, por tanto, silenciable, que se pudiera redondear en torno a una cantidad exacta, la masculina. Este resto, que hace que las cuentas no cuadren, insiste pidiendo ser tomado en cuenta, entrar en el cómputo, cuando precisamente su existencia es desestimada para preservar la ilusión de lo redondo, lo entero, lo total, para evitar desnacer.

En otra parte (8) he desarrollado la idea de que no sólo la mujer no existe sino que el hombre tampoco lo hace y que quizá la diferencia estribe únicamente en que él no lo sabe y cree estar plenamente representado por el genérico, puesto que este genérico común se ha levantado tomando las medidas de su imagen. Pero sin duda una cosa es la humanidad, y las imágenes que de ella se desprenden, en la que todos y todas estamos comprometidos e incluidos y otra cosa es ser hombre o mujer, restos ambos que exceden y sobresalen del marco delineado por lo común y que tampoco pueden ser absorbidos por esos marcos conceptuales secundarios que son las nociones de género basadas en la división en dos sexos, aunque precisamente hayan sido construidas para tratar de dar cuenta de diferencias insoslayables.

La misma construcción de la noción de género cuestiona de entrada la existencia de una definición "natural" de la identidad basada en el sexo biológico. Afirmar que el fundamento de la identidad se desplaza del sexo al género cuestiona pues el cuerpo anatómico como respuesta o evidencia. No obstante el pensamiento feminista no se detiene en ese punto e incluso trasciende el pensamiento de género, cuestionando una vez más: el género como constructo social que aparentemente recoge las diferencias y las agrupa poniéndolas como causa de un modo de ser diverso, tiene una apariencia engañosa, la de registrar y reconocer las diferencias, cuando en realidad, si nos paramos a pensarlo, las diferencias que señala son de grado y no estructurales, son diferencias marcadas desde elementos referenciales comunes: La dialéctica de los opuestos (Ej. Activo /pasivo, público/ privado, etc.). De ahí a la necesidad de revisar las nociones de autonomía e individuación poniendo en tela de juicio la existencia de una identidad femenina colectiva o por lo menos manifestando su constante necesidad de deconstrucción y resignificación. La insistencia creadora no se detiene.

Este exceso, este plus, que impide cuadrar es algo que las mujeres están mejor preparadas para enfrentar puesto que, desde la perspectiva psicoanalítica podríamos decir que, en el conjunto de los seres que hablan, la parte mujer es aquella en la que la instancia yoica tiene un desarrollo e importancia, más que suficiente para moverse en el terreno de lo común, pero que no hace obstáculo a la presencia permanente de lo que falta, de lo que es, sí, pero no-todo.


En la figura de la mujer, el hecho de estar marcada por la castración imaginaria hace de ella un sujeto con capacidad para contar con la falta en el supuesto todo. Lo que la mujer tiene no se ve, y así, aunque el conocimiento guíe desde niña aportando que a ella no le falta nada, que su cuerpo es simplemente otro que el del varón aunque tan completo como el de él, no deja de escucharse desde la percepción de la imagen en superficie que ella "no tiene". Este poder afirmar que la imagen (y toda significación detenida es una imagen conceptual) no es expresión de un todo por sí misma, este contar con la falta en el centro del todo, como motor constituyente, este afirmar que no hay posibilidad de circunscribir un todo sino a condición de saber que encierra en sí una falla y que es precisamente en esa falla donde está su origen, pues para cubrirla y colmarla se constituyó en algún momento como todo, es un trayecto que el lugar dado a la mujer socialmente ha facilitado que transite. Pues esa falta sostenida en la imagen ha dado lugar a una serie de adscripciones de funciones y caracteres sociales que ha determinado que las mujeres estén en mejores condiciones simbólicas de contar con la falta y confrontarla, ya sea bajo la modalidad de ruptura de un todo ilusorio o bajo la de la singularidad.


Esta perspectiva femenina, relativizadora y abierta a lo enigmático, es la que más irrita al otro sexo, acostumbrado a sostener su identidad precisamente en la posibilidad contraria, esto es, la de que al todo no le falte nada. La presencia de "lo" mujer es un recordatorio infernal y permanente de la castración simbólica, la verdadera, -la que está en la raíz de cualquier experiencia humana de falta, de deseo-, de la que el hombre nada quiere saber y que ha ocultado tras el espejo de la imagen que le devuelve un perfil imaginariamente completo. La castración simbólica a la que para no entrar en mayores complejidades definiremos, sin faltar al rigor teórico, como la incompletud intrínseca de todo símbolo para confundirse y hacerse uno con el objeto del que es su representante, tiene en la expresión femenina un vehículo privilegiado.

La violencia represora no es de extrañar pues que haga acto de presencia cuando la diferencia sexual se pone en juego. La diferencia sexual auténtica, no la derivada de las imágenes que construyen los géneros que tienden a restituir el todo por vía de la ilusión de complementariedad entre las partes, sino la creada como posición sexual singular de cada sujeto, él y ella, en virtud de su particular recorrido por las relaciones y la historia particulares. Esta diferencia sexual real no tiene una común medida en la que poder expresarse, no es una diferencia de grado dentro de una escala común, es una diferencia esencial. No es algo que pueda resolverse con un "más que", un "menos que" o un "tanto como", es otra cosa. Tampoco es, como decíamos antes, la diferencia entre complementarios que al unirse conformarían un todo único. Es la presencia viva de la otredad de los goces, de la radicalidad otra del otro. Según los recursos simbólicos personales de que se disponga, o no, este encuentro con lo otro dará lugar a una nueva formulación de la realidad o a una quiebra aterradora de la misma y, por consiguiente, a la subsecuente restauración de la negación de la falta en ser, el retorno a la imagen anterior a la fractura.

Las mujeres introducen la diferencia de los sexos como sexualidad humana, pura diferencia simbólica, al atravesar el genérico "hombre", por una parte, y el genérico "hembra", por otra. Toda mujer es, sin duda, hembra de una especie, individuo de una especie, pero al tiempo es posición simbólica diferenciada ante el goce que ocupa una parte de los seres que hablan y que se define por el no-todo. No todas las mujeres convienen al hombre ni todos los hombres convienen a la mujer y ello porque no de hembras y machos se trata. El macho hace pareja con la hembra (cualquier macho y cualquier hembra), el genérico hombre hace pareja con el genérico mujer como formas diferenciadas y tendentes a la complementariedad de los individuos de la especie y de los individuos sociales. Pero en cuanto a sexualidad humana se refiere, hablamos de relación de intimidad basada en la pura diferencia, diferencia que se establece gracias a la particularidad de lo simbólico y de la singladura también particular que en el océano de los significantes cada sujeto hace. Goce suplementario y no complementario es el que se pone en juego en la sexualidad humana.

La parte de los seres que hablan situada del lado de lo masculino, en general, se somete a la lógica del Todo en un doble sentido. Todo como totalidad posible y todo como género común que abarca a todos y cada uno de los individuos que forman parte de ese conjunto cerrado. La otra parte de los seres hablantes, la que se sitúa del lado femenino, acepta también el todo como género común a todos los individuos comprendidos en la categoría de la que se predica un atributo, pero sin olvidar, eso sí, que si bien responden al predicado, en él no todo de lo que cada uno de ellos es queda reflejado, ni podría quedar reflejado exhaustivamente nunca. No toda su esencia queda descrita en él. Así que, aún aceptando una modalidad del Todo, la posición femenina plantea además su sometimiento a otra lógica que la de la totalidad como posible: la lógica del No-Todo. Que no es la lógica de lo incompleto, sino la lógica de lo particular y lo contingente, de lo que sólo es posible de dirimir en el uno por uno de los sujetos. Aquí pues nos encontramos con un conjunto abierto que no puede ser definido en intensión sino que ha de ser definido por extensión, apelando a la sucesión uno por uno de sus elementos discretos.

Esta posición de objeción tanto respecto del genérico común -el universal- (al que si bien se somete y no niega, tampoco refrenda como el parámetro esencial que define la verdad de lo individuos) como respecto de lo absoluto o completo, coloca a los seres que se incluyen en esta posición femenina, en el lugar privilegiado de recibir la violencia por parte de aquellos otros que viven en el modo de ser de la indiferenciación, pues ella, una mujer, subraya la diferencia no ya como posible sino como inexcusable, sin escapatoria, como el medio sobre el que cabalga toda relación y, por tanto, violenta con ello toda una realidad. La mujer recibe violencia física y moral por la violencia simbólica, existencial, que impone su presencia única.

Sintiendo pesar sobre sí los prejuicios, que no son sino juicios previamente instalados, hallar para las respuestas dadas sus más recónditas y secretas preguntas, aún palpitantes, es tarea que se ofrece a las mujeres desde la niñez. A esta tarea la hemos llamado re-significación, lo que equivale a decir no cesar y detenerse en una significación, sino persistir en la interrogación creadora, esto es, en la identificación al silencio de que está impregnada en su seno toda significación. María Zambrano lo llama desnacer: recuerda que Píndaro dice que somos sombras de sueño y ella continúa," Sombras del sueño de Dios. Mi vida no es mi sueño y si la sueño es porque yo que la sueño soy soñado... ¿Será posible realizar su sueño? o por el contrario ¿desnacer?. Si lo primero, afronto el juicio, su juicio; el proyecto de mi ser queda sometido a su justicia y ha de pasar por ella, ante ella. Si quiero sólo desnacer, puedo traicionarle, puedo borrar lo que él quiso que fuera" (9).

En este desnacer se sitúa el pensamiento del afuera, como diría Foucault (10): "Nos encontramos, de repente, ante una hiancia, que durante mucho tiempo se nos había ocultado: el ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto" (se refiere al sujeto consciente de la razón, de la intencionalidad, del conocimiento, al que hemos llamado sujeto narcisista, que es puro trazado de una imagen perfilada por significaciones, al sujeto del ser establecido). Para tener acceso a esa relación propone una forma de pensamiento despojado de los límites de esa imagen y que más bien se orienta a encontrar, no la justificación, el fundamento o la fragilidad, del pensamiento común, sino el espacio, el vacío, sobre el que se despliega y al que cubre.

El desnacer desnuda las relaciones con el otro -el otro real y el otro interior, también real, que para cada uno de nosotros es uno mismo-, del recato y la decencia de sus tranquilizadoras vestiduras, del ornato de la semejanza. E. Levinas dice (11): "Si la relación con otro comporta algo más que relaciones con el misterio, es porque se aborda al otro en la vida corriente, en la que su soledad y su alteridad radical están ya veladas por la decencia. Uno es para el otro lo que el otro es para uno; no hay lugar excepcional para el sujeto. Se conoce al otro por empatía, como a un otro-yo-mismo, como alter ego". Reciprocidad e intercambiabilidad son operaciones basadas en la construcción de una proposición categórica universal: para todo "x", si es "x", entonces se cumple "y". La posición femenina sin negar la lógica de los enunciados en que se inscribe la categorización, afirma que además algo excede y no queda incluido en ella: que no todo en "x" se define por cumplir con la función "y", que "x" es algo más que esta función, e incluso otra cosa, por lo tanto los elementos son únicos y no intercambiables.

Pero ¿de dónde le viene a la mujer el privilegio de cuestionar el principio de identidad y la lógica categórica?, ¿qué la ha impulsado y permitido construir un pensamiento del afuera y desnacer?. Quizás otra de las líneas a investigar en este sentido, y cuyo desarrollo excede el marco de este trabajo, sea el hecho de que esa función que la definiera como mujer, a lo largo de la historia se ha confundido con la maternidad. Y toda mujer experimenta en su interior un resquemor hacia esa igualdad, que hace de ella un ser destinado a aportar la nutrición, el soporte y los cuidados para el desarrollo de otros sujetos. Y no se trata de dar la espalda a la maternidad que, ciertamente, horada el corazón de la condición femenina, sino de afirmar que si bien está en ella no se confunde con ella. En toda mujer hay una partición, una división entre su identidad como madre y su identidad, sexual, singular de mujer. Como madre es, una vez más, otra para sí misma.

El desnacer constante de las mujeres a las identidades e imágenes que cubren nuestro cuerpo y nuestra posición social, el recurso a jerarquizar la falta que anida en todo ser para llegar a ser otra cosa, y aún otra más, atraviesa la corriente de las significaciones con un curso contrario y es por ello resistido violentamente. Sin embargo, cabe pensar que puesto que el ciclo de la violencia nace en la constitución de la propia identidad y se alimenta con los tributos que a ella se le prestan, de introducir la polisemia, la diversificación de ideales, un lugar para la duda, habríamos recorrido un amplio trecho del camino hacia una reducción de esa violencia que nos cercena a todos y todas el futuro, lo por venir.

Quisiera terminar con unas palabras de María Zambrano (12) que expresan ese anhelo cotidiano hacia desnacer, apuntando que el modo de vida desnaciente de una mujer coge el rumbo con el que esta autora define lo esencial de la confesión como género literario. Esto es: mostrando "el camino en que la vida se acerca a la verdad, saliendo de sí sin ser notada". Cuando la persona siente sobre sí el peso de la existencia, "necesita entonces que su propia vida se le revele. Y para lograrlo ejecuta el doble movimiento propio de la confesión: el de la huida de sí y el de buscar algo que le sostenga y aclare. La confesión...parte de una desesperación. Su supuesto es como el de toda salida, una esperanza y una desesperación; la desesperación es de lo que se es, la esperanza es de que algo que todavía no se tiene aparezca... Se confiesa el cansado de ser hombre, de sí mismo. Es una huida que al mismo tiempo quiere perpetuar lo que fue, aquello de que se huye. Quiere expresarlo para alejarlo y para ser ya otra cosa, pero quiere al mismo tiempo dejarlo ahí realizarlo... La confesión es salida de sí en huida. Y el que sale de sí lo hace por no aceptar lo que es, la vida tal y como se le ha dado, el que se ha encontrado que es y que no acepta. Amarga dualidad entre algo que en nosotros mira y decide, y otro, otro que llevando nuestro nombre, es sentido extraño y enemigo". Esta desesperación de sí, esta huida de sí en espera de hallarse, que se verifica en un tiempo real pues cuando la confesión termina la persona es otra aunque porte el mismo nombre, se repite una y otra vez en ese incierto territorio fecundo para la verdad y la creación que es una mujer, cada mujer quizá. Desnacer para volver a engendrarse podría no ser un recurso exclusivo si alguien escuchara esa confesión y se sintiera en ella concernido.
Lydia Gómez Valverde. 
Miembro del Consejo de Dirección de CEPYP-UNO 
(Centro de Trabajo Psicoanalítico).
Madrid. 


Bibliografía citada:
1. Gerda Lerner. "La creación del patriarcado. Ed. Crítica. Barcelona 1.990.
2. S. Freud. "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica" y "El malestar en la cultura". Obras Completas. Ed. Amorrortu. Bs. Aires, 1.986.
3. J. Lacan. "El Seminario". Libro 20. "Aún". Ed. Paidós. Barcelona 1.981.
4. T. Kuhn. "La estructura de las revoluciones científicas". Breviarios del Fondo de Cultura Económica. Méjico, 1.971.
5. I. Prigogine, R. Thom y otros. "Proceso al azar". Tusquets Editores. Barcelona, 1.986.
6. J. Butler. "Gender trouble. Feminism and the subversion of identity". Routledge. N.York, 1.990.
7. J. A. Valente. "Material Memoria". Ed. La Gaya Ciencia. Barcelona, 1.979.
8. L. Gómez Valverde. "La mujer no existe, insiste por existir" en "Asparkía nº 6" (Revista de investigació feminista). Actes del curs: Dona, dones art i cultura. Ed. Publicacions de la Universitat Jaume I. Castellón de la Plana, 1.996.
9. M. Zambrano. "Delirio y Destino". Ed. Mondadori. Madrid, 1.989.
10. M. Foucault. "El pensamiento del afuera". Ed. Pre-Textos. Valencia, 1.988.
11. E. Levinas. "El Tiempo y el Otro". Ed. Paidós. Barcelona, 1.993.
12. M. Zambrano "La confesión: género literario". Ed. Siruela. Madrid, 1.995.

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